miércoles, 4 de abril de 2007

Un Cruce de Horizontes. Elogio del Mitimae

Existe un viajero de lo transversal del territorio, – el nampülkafe – el atravesar es su signo y el armarse un interior entre punta y punta del camino es su modo de habitar. Su interior es entre mares y su travesía una cordillera. ¿Qué ocurre cuando aquél, viajero del borde de la latitud, habitante de tal interior, del curso del sol, de lo huenten lafquen, se encuentra con un viajero de las longitudes?

Imagino por otra parte al kollahuaya – el viajero de las longitudes – haciendo su camino de alturas, recolectando yerbas y plantas medicinales y trayendo en sus semillas otras plantas viajeras, para hacer intercambios o sanar enfermos cuando sea necesario. ¿Viaja acaso con su familia, o es un solitario hacedor de caminos? Es probable que venga con sus llamas marcando así unas medidas temporales y espaciales, haciéndose él mismo cordillera de los Andes, cordón montañoso que estructura una longitud y hace entender un territorio a partir de allí.
¿Cuál es la particularidad de estos viajantes? La vigencia de su oficio y lo que generan en el territorio. Porque el viaje es la herramienta que da la medida del suelo.
Hago un par de manifiestos. Estos viajeros del suelo americano, su oficio trashumante, existieron desde mucho antes de lo que se tiene registro. La antropología contemporánea los sitúa a ambos como fenómenos del colonialismo hispano y/o del post colonialismo, sin embargo esto es una verdad a medias. Es probable que la transculturación de las etnias americanas sea responsable en gran medida de las motivaciones de ciertos desplazamientos, como el viaje de Pascual Coña a Wenusai (Buenos Aires) en 1883 o el paso de los kollahuaya por distintas ciudades del altiplano chileno, peruano y boliviano; pero eso no es suficiente para explicar la valoración que se le da al viaje ni el papel que el viaje, su oficio y el viajero tienen en la visión de mundo que se arma una determinada cultura.
Visto desde esa perspectiva no importa si hace mil años estos viajeros se llamaban nampülkafes o kollahuayas, sino lo contemporáneo de esta actitud atávica del viaje que es capaz de configurar el suelo donde se habita.
Y podemos argumentar al respecto desde las teorías del poblamiento del continente hasta los datos aportados por Dillman Bullock o Fernanda Falabella, en el sentido de que existe evidencia del contacto entre viajeros distantes cientos y hasta miles de kilómetros desde el holoceno en adelante. El oficio del viaje amarraba el territorio.
Referidos, para efectos de este texto, a los kollahuayas, interpretamos de las fuentes que éstos eran parte de los mitimaes inkas en el collasuyu tal vez porque siempre fueron los curanderos trashumantes del cono sur de América. Y su viaje hacia el sur siguiendo este descomunal espinazo de piedra que es la cordillera, debió revestir unas particularidades que en el cruce de caminos tomaron forma y se hicieron invariante del territorio.
Distingo dos elementos que el kollahuaya, el hacedor de caminos, pudo tener en la comprensión del territorio:

1. La ya mencionada noción de lo longitudinal, que surge a partir de recorrer la cordillera, de armarse un camino de cumbres, de mediafaldas, de un cambio de latitudes (con todo lo que ello implica), de una provocación que esa inmensa presencia telúrica instala en el viajero, que significa querer asomarse a ver hasta dónde se acaba el mundo, si es que acaba, pues para la escala humana la cordillera es una desmedida longitudinal que no termina nunca.

2. La relación con la altura como forma de habitar y como sentido de pertenencia. Aparece una necesidad de estar cerca del sol, de sentirse descendiente del Achachila del cerro y así, relacionándose desde la altura con el territorio, arquitecturizar la pendiente construyéndole, artificialmente, una cota cero, un zócalo o terraza a partir del cual se habita o cultiva. Se carga así con una memoria cultural que hace las veces de filtro por donde pasa la interpretación del mundo.

Creo que en el cruce de caminos entre Nampülkafes y Kollahuayas es donde surge un germen de ocupación permanente. Ambos entienden de manera distinta tanto el viaje como el espacio recorrido, y es en ese cruce de visiones en donde se produce un espacio simbólico, pero también físico, en el que se posibilita la expansión del “imperio” Inka, que reúne unas condiciones particulares para estructurarse. Porque el mitimae es sobre todo un movimiento migratorio; ya sean sus motivos militares o económicos, producen un espacio. Así Kollahuayas y Nampülkafes comparten un oficio que es el viajar eternamente. Uno porque su viaje no se sabe si tendrá retorno; el otro porque las dos puntas que tiene su camino[1], el Océano Pacífico y la Pampa Argentina, lo empujan constantemente a ir y volver. Donde comparten sus saberes aportan su visión de mundo y su experiencia del viaje para constituir el sentido del suelo que habitan.

¿Cómo ocupa entonces el suelo aquel que se ve forzado a mutar su dios, a adoptar un achachila que no es el que le vio nacer, a mirar unas estrellas invisibles desde su punto de partida, a no contar con el sol sobre su cabeza?

Es necesario seguir un rastro de lo conocido para tener algo a qué asirse, cargar con una memoria vegetal, que es también un contacto con la Pachamama, tan necesaria, de allí que el Kollahuaya, el adelantado de la expansión al Collasuyu, es un hechicero, un médico, un herbolario, un botánico. Tal vez su avance revestía unas motivaciones estratégicas además: su contacto con los naturales viene precedido de un contacto con los sobrenaturales, con el ánima de las plantas, el ánima de los cerros, el poder de sanar los cuerpos y los espíritus. Su embajada se hace de este modo, mucho más “útil” que la de un agricultor especializado que viene a sugerirnos unas canalizaciones y unos modos de almacenaje, pues en una economía de subsistencia no se necesita optimizar la producción para conseguir excedentes, pero lo que resulta insoslayable para cualquier ecología es la relción con los antepasados y las entidades tutelares del territorio.

Siguiendo su camino vegetal, recolectando poderes, sanando enfermos, conjurando espíritus, fundando tampus, el Kollahuaya Roque Nayhua enfila hacia la izquierda del Inti por el portezuelo del Chiricauquen con su mujer, sus dos hijos y su hato de llamas. Ha venido bajando de la cordillera desde el estero Cochiguaz camino hacia el Anchachire. Ha venido por Hualcuna a Combarbalá, Illapel y Puchuncaví hasta dar con este valle. Ha cruzado el Río Hurtado, el Illapel, el Ligua, y ahora se encuentra a punto de vadear el Aconcagua para encontrarse con la transversalidad de la Calle Larga, que corre al lado del río, de huenten a lafquen.

Maung Co le han dicho que se llama aquel enorme cerro que se ve hacia donde se pone el Inti y que ostenta una magnífica nube que esconde su cumbre. “Lloverá mañana antes de que el sol se eleve desde el puel mapu”, le ha dicho el machi Huichante que lo recibe en su ruka, como se recibe a los viajeros que vienen de muy lejos. Han conversado hasta tarde en la noche luego de haber mascado y quemado juntos hojas de coca al pie del Mayaca, pues Kollahuaya Roque Nayhua entiende que este cerro es Huaca del lugar y es menester presentarle respetos. A la hora de dormir vuelve a asombrarse de las constelaciones danzantes que brillan en el cielo hacia la izquierda del Inti, y refiere a su anfitrión que las mismas constelaciones sólo son visibles unas pocas horas durante algunos meses del año en el lugar desde donde él viene, a muchos tampus de distancia y a muchas lunas de viaje, en Huancané, que TataIntiman le dé su luz por siempre. Desde hace ya tiempo que venía observando cómo lentamente y a medida que él avanzaba hacia la izquierda del Inti, el cielo conocido se inclinaba hacia la derecha del Inti ocultándose parcialmente. Se sentía a su vez lejos de TataIntiman, pues ya había pasado casi una luna completa desde que viera en Cuz Cuz, a orillas del Illapel, el coyaraymiquilla (la salida del Inti en el horizonte a medio camino entre el Inti Raymi y el mes de plantar la yuca, como las que traía ahora para plantar en estas tierras) y su sombra al mediodía seguía siendo demasiado larga. ¿Sería que TataIntiman, en estas lejanías no lo bendeciría borrándole su sombra? Miró una vez más al cielo antes de meterse definitivamente a la ruka de su anfitrión y se sonrió levemente por la predicción de lluvias para el día siguiente: la claridad del cielo no era presagio de lluvias. Pero efectivamente, antes de que el Inti pudiera alumbrar a través de una capa de nubes, las aguas anunciadas por el Maung Co se dejaron caer sobre la Pachamama y Kollahuaya Roque Nayhua aprendió algo más acerca de ese frondoso valle. Allá cerca del lafquen en donde el Inti se va a viajar para dar descanso al mundo, se erguía una Huaca misteriosa, capaz de anunciar a quienes supiesen descifrar sus signos, la llegada del agua que daba fertilidad a la Pachamama: apenas amainara la lluvia haría un viaje al Maung Co en busca de hierbas del monte, pues intuía que un Achachila muy poderoso habitaba en ese lugar.

Mucho tiempo pasaría antes que el valle de Conconcagua (Aconcagua) se llamara Yucam, y que un lonko picunche cuyo nombre original desconocemos pasara a llamarse Mitmak Longko (Michimalonko o “el lonko del mitimae”), pero es en este cruce de caminos en donde surgió el germen del Mitimae de Quillota.

A partir de esta hipótesis se pueden inferir algunas estructuras y lógicas de ocupación en el valle en tiempos del mitimae y aventurar cuáles eran sus relaciones espaciales en función de sus ocupantes.

En principio cabe suponer que la población originaria habitaba el valle en los terrenos que resultaban de más fácil riego por canales naturales o que requerían poca tecnología. Cabe recordar que los picunches que habitaban el valle durante ese período no desarrollaron una economía de excedentes hasta su relación con los inkas o sus emisarios. Las unidades de ocupación o asentamientos, por tanto, deben haber respondido a pequeños poblados dispersos con unas economías de subsistencia.
A juzgar por la forma del valle en la actualidad, estos lugares deben haberse extendido desde la Calle Larga hasta Tabolango fundamentalmente, por la ribera sur del río, y desde Boco a Manzanares por la ribera norte, éstas últimas más relacionadas con valles interiores y quebradas de riego estacional. Como ya hemos visto los desplazamientos de grupos humanos eran comunes a lo largo del año existiendo una suerte de estacionalidad de los oficios relacionados con la agricultura, la pesca y recolección de productos del mar.

La llegada de grupos quechuas, kollahuayas o de diaguitas inkaizados debe haber sido muy anterior a la instalación de un mitimae con un aparato burocrático estructurado, por lo que no es aventurado pensar que, dada la dinámica de viajeros del territorio, mucho antes de la ascensión al trono de Pachacuti Inka Yupanqui, quien inicia la expansión Inka al Collasuyu al que pertenece este territorio, ya se había iniciado una serie de intercambios de carácter tecnológicos y agrícolas, por ejemplo, lo que había comenzado a cambiar el panorama cultural de la zona. Por este motivo creo que mucho antes de la constitución del mitimae y su sistema jerárquico y de tributos operó en la zona un proceso revolucionario que facilitó la alianza con los jefes picunches locales y la instalación del aparato burocrático inkásico (el que Stehberg llama la "revolución del almacenaje"). Esto modificó el horizonte cultural de los naturales al incorporar otra escala en la producción agrícola, la introducción de monocultivos, la construcción de sistemas de riego, introducción de faenas mineras y un primer hito arquitectónico que constituye, tal vez de un modo análogo al cementerio de túmulos, una permanencia en el lugar y una especialización de los oficios: las collcas o recintos para almacenar alimentos.

Respecto a la ocupación que plantean los inkas en el mitimae de Quillota, ésta parece seguir una lógica común en el Tawantinsuyu, cual es habitar la pendiente, arquitecturizar los cerros, construir terrazas para los cultivos menores. Esto ha sido explicado en términos de que la densidad de la población obligaba al Inka a prohibir la ocupación de terrenos aptos para cultivo, por lo que el único terreno disponible para habitar era la pendiente.

De aquí surgen dos reflexiones. La primera ¿No es así y por este último motivo que el Mayaca se pobló durante el siglo XX? y si es así ¿Cuánto nos dice de un habitar la pendiente la ocupación del Mayaca? Y la segunda ¿Es que Pachacuti Inka Yupanqui tenía proyectado densificar este valle? Al parecer esto último no está lejos de la realidad, pues por las fuentes es posible inferir la importancia que tuvo el mitimae de Quillota, dado que contó supuestamente con un Templo de las Vírgenes del Sol en el cerro Mayaca, lo que habla de una estructuración bastante acabada del aparato burocrático inkásico y de una valoración del Mauco, la Campana, la Campanita y el Aconcagua que habla de un sistema complejo en funcionamiento hasta poco antes de la llegada de Valdivia al lugar. Sin duda, la valoración en términos simbólicos es una actualización de las valoraciones que ya hacían de esas entidades los picunches que habitaban el valle, la que se actualiza fruto del cruce de caminos que significa el contraponer las creencias de quienes entienden un mundo longitudinal con los que lo entienden de modo transversal, contraposición que se resuelve en esta zona sin ninguna gran batalla (documentada) y sin roces evidentes entre los funcionarios inkas y los lonkos locales.

¿Es el Mauco un cautelador de esta situación de convivencia relativamente pacífica de inkas y picunches? ¿Significa el Mauco y su huaca o fortaleza el cruce de horizontes?

Cristián Soto Carvajal
Viajero del Suelo Americano

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Bibliografía

[1] BELLO M., Alvaro (2000) EL VIAJE DE LOS MAPUCHES DE ARAUCANÍA A LAS PAMPAS ARGENTINAS: UNA APROXIMACION A SUS SIGNIFICADOS SOCIOCULTURALES (SIGLOS XIX Y XX), parte del Proyecto FONDECYT 1000097, “El viaje mapuche al puelmapu: movilidad espacial, cultura y sociedad”. Santiago de Chile. Centro de Documentación Ñuke Mapu [online, citado 08 Abril 2007], disponible en Internet: http://www.mapuche.info/ mapuint/bello0000.html.
[2] BULLOCK, Dillman S. (1963) MIL PIEDRAS HORADADAS en Boletín de la Sociedad de Biología de Concepción (Chile). XXXVIII. Concepción
[3] CAPRILES FLORES, José M y REVILLA HERRERO, Carlos. OCUPACIÓN INKA EN LA REGIÓN KALLAWAYA: ORALIDAD, ETNOHISTORIA Y ARQUEOLOGÍA DE CAMATA, BOLIVIA. Chungará (Arica). [online]. dic. 2006, vol.38, no.2 [citado 08 Abril 2007], p.223-238. Disponible en la World Wide Web: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-73562006000200006&lng=es&nrm=iso.
[4] FALABELLA, Fernanda (1994). Dos puntas tiene el camino. Antiguas relaciones transandinas en el centro de Chile y Argentina, en La cordillera de los Andes: ruta de encuentros. Museo Chileno de Arte Precolombino, Santiago de Chile.
[5] KELLER, Carlos (1974). LOS ORÍGENES DE QUILLOTA. Editorial Jerónimo de Vivar, San Felipe.
[6] PAMO REYNA, Oscar G. (1996). FARMACOPEA CALLAHUAYA en el Boletín de la Sociedad Peruana de Medicina Interna [online] - Vol. 9 Nº 2 - 1996 [citado 08 Abril 2007]. Disponible en Internet: http://sisbib.unmsm.edu.pe/BVRevistas/ spmi/v09n2/farmacopea.htm/div>
[7] PLANELLA, María Teresa y TAGLE A., Blanca. INICIOS DE PRESENCIA DE CULTÍGENOS EN LA ZONA CENTRAL DE CHILE, PERÍODOS ARCAICO Y ALFARERO TEMPRANO. Chungará (Arica). [online]. sep. 2004, vol.36 supl. [citado 08 Abril 2007], p.387-399. Disponible en Internet: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-73562004000300041&lng=es&nrm=iso . ISSN 0717-7356.
[8] ROSSEN, Jack (1994). ARQUEOBOTANICA DE CERRO GRANDE DE LA COMPAÑIA en ACTAS DEL 2º TALLER DE ARQUEOLOGÍA EN CHILE CENTRAL. [citado 08 Abril 2007], Disponible en Internet: http://www.arqueologia.cl